lunes, 15 de febrero de 2010

LA TUMBA DE HEGEL Y LOS MUERTOS SIN SEPULTURA DE LA ARGENTINA

Tener o no tener el cuerpo del ser amado- del ser cuya desaparición nos impone la certeza de su muerte, pero la ausencia, la inmaterialidad de su cuerpo nos la impide, impidiéndonos el sosiego, el reposo del dolor-es fundamental.Es sin más, el más hondo núcleo de la cuestión. Porque esa diferencia en tan inmensa que lo separa todo. Que nos permite decirles a los cruzados de la derecha: señores tengan un poco de honestidad. No hay empate posible. De donde nos quieren meter esa teoría de los dos demonios. Pregúntenle a o una madre o a un padre-ya lo sea de un militar o de un combatiente de la lucha armada.-si es lo mismo tener el cuerpo de un ser querido o no tenerlo. Si es lo mismo llorarlo en presencia o no. Si poder abrazarlo y sollozar o rezar sobre su pecho, acariciar su cabeza y hasta besar postreramente sus labios, que no hacerlo. Si es lo mismo depositarlo en la tierra húmeda, en la tierra fértil, en la tierra del descanso imperecedero, donde siempre se podrá ir, donde se sabe que está. Porque está ahí, reposando, y ahí se podrá estar junto a él, decir una oración, ponerle unas flores, recitarle un poema, bendecir la tierra que lo cubre o el mármol que lo recuerda, si es eso lo mismo que no tener más que su ausencia, la incerteza de su destino final, la fantasía de seguir creyendo que regresará, la certeza devastadora, cada vez más irrefutable, de que lo arrojaron a un río, de que lo vejaron, de que nadie dijo por él una oración, de que nadie lo lloró ni tendrá nunca donde llorarlo.
Desde la temporalidad del inicio de todas las culturas se enterró a los seres humanos para darles cobijó, también para salvar sus almas, para librar a los vivos del terror mítico, intolerable del posible retorno de los muertos, porque no deben volver, tienen que estar ahí donde ahora están, donde se les lleva flores, se le reza, se los recuerda, se les habla en silencio, se les pide perdón o no, se les sigue reprochando renuncios,faltas imperdonables, se los sigue odiando, porque hasta para eso necesitamos que estén en alguna parte, hasta para ir hasta ahí e insultarlos, reprocharles que no fueron buenos, generosos y hasta quebraron nuestras vidas. Hasta para eso. Una tumba tiene una grandeza y un misterio inabarcables. Una tumba es siempre una tumba de alguien. De aquí que no tenerla nihilice la memoria del desposeído. Quien no descansa en ninguna parte, no descansa. Se lo ha privado de ese espacio final, eterno, del que no volverá pero que es suyo. El o ella están ahí.
Hace porco menos de un mes, en Berlín, mi mujer me invitó a dar un paseo. Era temprano, estaba nublado, hacía frío. Habría preferido quedarme en el hotel. No me gusta caminar, menos aún sin saber a donde. Llegamos a un pequeño cementerio. Se internó por unos senderos, verdes, húmedos terrosos. Tontamente me fastidié “¿Qué hacemos aquí? ¿A un cementerio me tenés que traer?.Dale, vamos a un lugar tibio, a una taberna con mucha madera y cabezas de ciervos a tomar cerveza”. Llegamos a una tumba pequeña. Tenía flores. Una lápida y un poco más. Era ahí donde mi mujer se había propuesto llevarme. Fue ahí donde me dijo:
- Es la tumba de…
- Se le cortó la voz y medio la espalda para no viera sus intempestivas lágrimas. Así, sólo así, pudo completar la frase.
- Hegel
Nunca pude siquiera imaginar la dimensión de Hegel dentro de la historia de la filosofía. Cada época se define por un modo en el que piensa el gran maestro de Jena. Ahora, el hombre al que yo había leído desde mi adolescencia, el gigante de la Fenomenología del Espíritu, estaba ahí. Todo él, toda su inasible grandeza, reposaba en un humilde pedazo de tierra, un pequeño ínfimo punto del universo. La lápida era pequeña. En ella apenas se leía: Georg Wilhelm Friedrich Hegel. La fecha de su nacimiento y la su muerte. ¿Se puede saber la fecha en que un desaparecido murió? Ni eso. Sin embargo es tan importante. Porque cierra el tránsito que recorrimos. De lo contrario, el final queda abierto. Como si el que desapareció hubiera llegado a este mundo y no se hubiera ido. Como si fuera inmortal ¿O no lo es quien no tiene una fecha de muerte, un fin irrefutable, una fecha que señale el cierre de su existencia? Sin embargo, sabemos, de modo lacerante, que está muerto, pero lo esperamos siempre, se lo llorará eternamente, porque su eternidad, su inmortalidad, es la de su ausencia, la de su imposible retorno, la de su imposible descanso, y como la esperanza no muere hasta que la muerte la mata, se vive condenado a esperarlo siempre, porque al quitarnos su muerte, la fecha y el lugar de su muerte, el lugar el lugar en el que habremos de darle sepultura, nos quitaron la posibilidad del sosiego, ya que solo la certeza del fin puede saldar el dolor. Si no hay fin, si estamos condenados a la eternidad de la espera, entonces esa condena implica la eternidad del dolor.

José Pablo Feinmann, Peronismo: filosofía política de una obstinación argentina, fac. 110, diciembre 27 de 2009

(Este texto me fue enviado por Marta Valoy).

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