Derecho al matrimonio para parejas del mismo sexo
Por María Rachid
Presidenta de la Federación Argentina LGBT
Exposición del día 18 de Marzo del 2010 en la reunión conjunta de las comisiones de Legislación General y Familia.
Aclaraciones previas
En primer lugar, me gustaría agradecer la presencia de todos los diputados y diputadas. Sabemos que anoche la sesión se prolongó hasta casi las cinco de la mañana, e implica un gran esfuerzo para todos ustedes estar ahora acá, tan temprano. También quiero agradecer la presencia de todos y todas las personas que vinieron a acompañar esta sesión. Quiero agradecerles y volver a pedirles disculpas por solicitarles nuevamente que soporten en silencio las expresiones discriminatorias y violentas que tuvimos que escuchar hoy en esta reunión. De todas formas, como decía hace unos meses, son esas mismas expresiones los mejores argumentos a favor de los proyectos que estamos debatiendo en estas comisiones.
Este año, al iniciarse las sesiones ordinarias, La Federación Argentina LGBT presentó un proyecto de ley de matrimonio para todas y todos con un sentido histórico-testimonial y no porque tengamos diferencias con los proyectos presentados por las diputadas Silvia Augsburger y Vilma Ibarra, proyectos que hemos apoyado y trabajado durante todos estos años. La Federación Argentina, desde su creación exige igualdad jurídica. Para nosotros y nosotras, la igualdad jurídica es innegociable, porque es una herramienta indispensable para seguir trabajando por la igualdad social.
Aportes al debate
En estos días estuvimos pensando qué podríamos decir que no hayan ya escuchado sobre este tema. Qué de lo que podemos decir hoy acá podría ayudar a alguien a tomar la decisión más justa.
Cómo convencerlos y convencerlas, yo, que no tengo –sinceramente- el más profundo deseo de casarme… de lo importante que es el matrimonio para nosotros y nosotras. Pensé en algún momento hablar desde la experiencia. Pero…
Yo no necesito compartir la obra social con mi pareja, porque las dos tenemos trabajo con una muy buena obra social. Muchas parejas no tienen esa suerte.
Si yo muero, y no puedo dejarle una pensión, mi compañera tiene un buen sueldo y va a contar con una buena jubilación. Además, tiene una familia que puede ayudarla si lo necesitara. No todos los varones gays y las mujeres lesbianas tienen esa suerte.
Tampoco tengo mucho que heredarle, y también tengo la suerte de que lo poco que tengo no creo que le interese a mi familia de origen.
No tengo hijos por el momento, por cuyos derechos plantearles algún inconveniente. Tengo la suerte quizás de no tener que preocuparme por no poder compartir mi obra social con mis hijos, o no poder dejarles una pensión o heredarlos.
Si el reclamo por el matrimonio fuera sólo sobre estos derechos, yo sería una persona muy afortunada. Aunque podría aún así plantearles –ya no desde la experiencia- que no es justo que el acceso a estos derechos dependan de la suerte o desgracia de cada ciudadano o ciudadana.
Pero el reclamo por el derecho al matrimonio, el reclamo por ser reconocidos y reconocidas iguales ante la ley no se trata sólo de estos importantísimos derechos que pueden volverse fundamentales en la vida de quienes quizás no sean tan afortunados/as.
Se trata de que el Estado nos considere iguales en derechos, y deje –de una vez por todas- de legitimar la desigualdad social que vivimos lesbianas, gays, bisexuales y trans en nuestras vidas cotidianas.
Porque si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás mi papá, por ejemplo, que hace más de diez años que no me habla, no pensaría que soy tan diferente.
Porque si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás los niños en las escuelas no serían tan violentos con otros niños por considerarlos tan diferentes.
Si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás algunos adolescentes no sean echados de sus casas porque sus familias los consideran tan diferentes.
Si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás algunas personas no serían despedidas en sus trabajos porque sus empleadores los consideran tan diferentes.
Quizás, también, si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, algunas personas no insultarían a otras en la calle por considerarlas tan diferentes.
Porque si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás algunas personas no perderían a sus hijos, a sus padres, o a algún familiar… porque estos los consideran tan diferentes.
Quizás incluso, si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, no habría códigos contravencionales que criminalicen la homosexualidad y el travestismo en siete provincias argentinas, ni policías coimeando, persiguiendo, torturando y a veces asesinando a gays, lesbianas, bisexuales y trans… por considerarnos tan diferentes.
Quizás, incluso, si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, el padre de la novia de Natalia Noemí Gaitán no la hubiera asesinado por el sólo hecho de rechazar la idea de que su hija sea, para él, tan diferente.
Si el Estado sigue legitimando la desigualdad jurídica, es imposible terminar con la discriminación y la violencia hacia nuestra comunidad. Si el Estado sigue legitimando esta desigualdad es imposible para nosotros y nosotras soñar con la igualdad social.
Hoy hay quienes en su empeño por evitar nuestro acceso a esta igualdad jurídica que reclamamos, nos ofrecen enlaces o uniones civiles. Los mismos derechos –o casi los mismos en algunos casos- pero con otro nombre. Como en otras épocas, nos ofrecen viajar en los mismos colectivos, pero en el asiento de atrás…
No queremos leyes de apartheid en argentina. No queremos leyes especiales, ni nuevos institutos jurídicos que nos incluyan para excluirnos de otros. Queremos, en definitiva, los mismos derechos, con los mismos nombres. Queremos que el Estado deje de legitimar a través de la desigualdad jurídica, la desigualdad social.
Algunos dirán que estas diferencias son producto de la naturaleza. Sin embargo, nuestros hijos, o quizás nuestros nietos y nietas nos mirarán incrédulos cuando les contemos que hace no mucho tiempo los hombres tenían más derechos que las mujeres, que nosotras no podíamos votar, porque el voto era “naturalmente” un derecho de los hombres, y que las parejas –heterosexuales- eran obligadas a seguir unidas en matrimonio, aún cuando ya no se amaban y no podían ni querían seguir conviviendo.
Con la misma convicción con la que en algún momento asesinaban a un hombre por decir que la tierra era redonda, hoy dicen que somos enfermos. Dicen que no es natural… lo mismo que decían o dicen respecto del casamiento interracial o interreligioso, el voto femenino, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, los métodos anticonceptivos o el divorcio.
Hace ya más de cincuenta años que en la Argentina se separó la Iglesia del Estado. Nos parece legítimo que la jerarquía eclesiástica opine respecto del matrimonio católico, pero el matrimonio civil es una institución jurídica de toda la sociedad que no tiene por qué compartir, y de hecho no lo hace, todos los axiomas religiosos que sostiene un culto determinado.
Más allá de que, por supuesto, creemos que la separación de la iglesia del estado infiere que ninguna institución religiosa puede imponer sus creencias al conjunto de la sociedad, y que un estado laico supone un grado de independencia de estas instituciones que convierte en escandalosa la actitud de algunos funcionarios eclesiásticos… quiero dejar bien en claro que es la institución la que se resiste al reconocimiento de nuestros derechos. Así como fue sólo la institución la que se opuso al divorcio y el uso de preservativos, entre otras cosas. No es la gente, no son sus fieles. Más del 70% de los argentinos y argentinas consideran que es el momento para aprobar el matrimonio para las parejas del mismo sexo. Más de un 60% incluso considera que esto sería un importante avance cultural para nuestro país. La mayoría de estos argentinos y argentinas, son católicos/as. Entonces, no es la gente, no son sus fieles los que se oponen a este reconocimiento y, sinceramente, tampoco creo que sea su Dios.
Soy agnóstica. Para mi Dios es tan sólo una posibilidad. Pero estoy segura de que si esa posibilidad fuera “cristiana”, si fuera ese Dios Católico del que me enseñaron tanto en la escuela, hoy ese Dios le diría a sus fieles lo que Pablo le dijo a los Romanos (Capítulo 13, versículo 10): “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.
Ya existe el consenso social, incluso la convicción política de la mayoría de los diputados y diputadas. Me preguntaba el año pasado, qué más hace falta para que este congreso sancione al ley de matrimonio para todas y todos.
Y aún creo, como dije en noviembre, que hace falta la valentía de los y las peronistas con Eva Perón cuando se aprobó el derecho al voto de las mujeres, la valentía de los radicales con Raúl Alfonsín cuando se aprobó la ley de divorcio en Argentina, la valentía que tuvieron los socialistas con Zapatero cuando se aprobó el matrimonio y la ley de identidad de género en España… hace falta la valentía de una clase política que tome la decisión de hacer justicia y hacer historia. La valentía suficiente para que Argentina se convierta en el primer país en América Latina en garantizar la igualdad jurídica para lesbianas, gays, bisexuales y trans.
Porque Argentina va a aprobar esta ley. En algún momento lo va a hacer. Sólo podemos elegir si estar entre los primeros, o los últimos países del mundo. Decía Zapatero: “Detrás vendrán otros muchos países impulsados, Señorías, por dos fuerzas imparables: la libertad y la igualdad.”
Pero para ser de los primeros tenemos que ser coherentes con lo que decimos defender en cada campaña política en la que participan para obtener la banca que hoy les permite representar a una sociedad que, en un 70%, quiere reconocer la igualdad jurídica de lesbianas, gays, bisexuales y trans.
Cuando se aprobó el derecho al matrimonio para parejas del mismo sexo en España, Zapatero le decía a los españoles:
“Hoy la sociedad española da una respuesta a personas que durante años han sido humilladas, cuyos derechos han sido ignorados, cuya dignidad ha sido ofendida, su identidad negada y su libertad reprimida. Hoy la sociedad española les devuelve el respeto que merecen, reconoce sus derechos, restaura su dignidad, afirma su identidad y restituye su libertad.”
“Soy consciente”, dijo Zapatero, “de que algunas personas e instituciones están en profundo desacuerdo con este cambio legal. Deseo expresarles que, como otras reformas que la precedieron, esta ley no engendrará ningún mal, que su única consecuencia será el ahorro de sufrimiento inútil de seres humanos. Y una sociedad que ahorra sufrimiento inútil a sus miembros es una sociedad mejor.”
Desde la Federación Argentina de lesbianas, gays, bisexuales y trans seguimos confiando en el consenso que hoy existe para reconocer nuestros derechos. Sabemos también de la convicción de gran parte de esta cámara. Sólo esperamos contar con esa cuota de valentía que existe en quienes están dispuestos a ser coherentes y defender la justicia y los derechos humanos de todas y todos.
En primer lugar, me gustaría agradecer la presencia de todos los diputados y diputadas. Sabemos que anoche la sesión se prolongó hasta casi las cinco de la mañana, e implica un gran esfuerzo para todos ustedes estar ahora acá, tan temprano. También quiero agradecer la presencia de todos y todas las personas que vinieron a acompañar esta sesión. Quiero agradecerles y volver a pedirles disculpas por solicitarles nuevamente que soporten en silencio las expresiones discriminatorias y violentas que tuvimos que escuchar hoy en esta reunión. De todas formas, como decía hace unos meses, son esas mismas expresiones los mejores argumentos a favor de los proyectos que estamos debatiendo en estas comisiones.
Este año, al iniciarse las sesiones ordinarias, La Federación Argentina LGBT presentó un proyecto de ley de matrimonio para todas y todos con un sentido histórico-testimonial y no porque tengamos diferencias con los proyectos presentados por las diputadas Silvia Augsburger y Vilma Ibarra, proyectos que hemos apoyado y trabajado durante todos estos años. La Federación Argentina, desde su creación exige igualdad jurídica. Para nosotros y nosotras, la igualdad jurídica es innegociable, porque es una herramienta indispensable para seguir trabajando por la igualdad social.
Aportes al debate
En estos días estuvimos pensando qué podríamos decir que no hayan ya escuchado sobre este tema. Qué de lo que podemos decir hoy acá podría ayudar a alguien a tomar la decisión más justa.
Cómo convencerlos y convencerlas, yo, que no tengo –sinceramente- el más profundo deseo de casarme… de lo importante que es el matrimonio para nosotros y nosotras. Pensé en algún momento hablar desde la experiencia. Pero…
Yo no necesito compartir la obra social con mi pareja, porque las dos tenemos trabajo con una muy buena obra social. Muchas parejas no tienen esa suerte.
Si yo muero, y no puedo dejarle una pensión, mi compañera tiene un buen sueldo y va a contar con una buena jubilación. Además, tiene una familia que puede ayudarla si lo necesitara. No todos los varones gays y las mujeres lesbianas tienen esa suerte.
Tampoco tengo mucho que heredarle, y también tengo la suerte de que lo poco que tengo no creo que le interese a mi familia de origen.
No tengo hijos por el momento, por cuyos derechos plantearles algún inconveniente. Tengo la suerte quizás de no tener que preocuparme por no poder compartir mi obra social con mis hijos, o no poder dejarles una pensión o heredarlos.
Si el reclamo por el matrimonio fuera sólo sobre estos derechos, yo sería una persona muy afortunada. Aunque podría aún así plantearles –ya no desde la experiencia- que no es justo que el acceso a estos derechos dependan de la suerte o desgracia de cada ciudadano o ciudadana.
Pero el reclamo por el derecho al matrimonio, el reclamo por ser reconocidos y reconocidas iguales ante la ley no se trata sólo de estos importantísimos derechos que pueden volverse fundamentales en la vida de quienes quizás no sean tan afortunados/as.
Se trata de que el Estado nos considere iguales en derechos, y deje –de una vez por todas- de legitimar la desigualdad social que vivimos lesbianas, gays, bisexuales y trans en nuestras vidas cotidianas.
Porque si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás mi papá, por ejemplo, que hace más de diez años que no me habla, no pensaría que soy tan diferente.
Porque si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás los niños en las escuelas no serían tan violentos con otros niños por considerarlos tan diferentes.
Si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás algunos adolescentes no sean echados de sus casas porque sus familias los consideran tan diferentes.
Si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás algunas personas no serían despedidas en sus trabajos porque sus empleadores los consideran tan diferentes.
Quizás, también, si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, algunas personas no insultarían a otras en la calle por considerarlas tan diferentes.
Porque si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, quizás algunas personas no perderían a sus hijos, a sus padres, o a algún familiar… porque estos los consideran tan diferentes.
Quizás incluso, si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, no habría códigos contravencionales que criminalicen la homosexualidad y el travestismo en siete provincias argentinas, ni policías coimeando, persiguiendo, torturando y a veces asesinando a gays, lesbianas, bisexuales y trans… por considerarnos tan diferentes.
Quizás, incluso, si el Estado dijera que somos iguales ante la ley, el padre de la novia de Natalia Noemí Gaitán no la hubiera asesinado por el sólo hecho de rechazar la idea de que su hija sea, para él, tan diferente.
Si el Estado sigue legitimando la desigualdad jurídica, es imposible terminar con la discriminación y la violencia hacia nuestra comunidad. Si el Estado sigue legitimando esta desigualdad es imposible para nosotros y nosotras soñar con la igualdad social.
Hoy hay quienes en su empeño por evitar nuestro acceso a esta igualdad jurídica que reclamamos, nos ofrecen enlaces o uniones civiles. Los mismos derechos –o casi los mismos en algunos casos- pero con otro nombre. Como en otras épocas, nos ofrecen viajar en los mismos colectivos, pero en el asiento de atrás…
No queremos leyes de apartheid en argentina. No queremos leyes especiales, ni nuevos institutos jurídicos que nos incluyan para excluirnos de otros. Queremos, en definitiva, los mismos derechos, con los mismos nombres. Queremos que el Estado deje de legitimar a través de la desigualdad jurídica, la desigualdad social.
Algunos dirán que estas diferencias son producto de la naturaleza. Sin embargo, nuestros hijos, o quizás nuestros nietos y nietas nos mirarán incrédulos cuando les contemos que hace no mucho tiempo los hombres tenían más derechos que las mujeres, que nosotras no podíamos votar, porque el voto era “naturalmente” un derecho de los hombres, y que las parejas –heterosexuales- eran obligadas a seguir unidas en matrimonio, aún cuando ya no se amaban y no podían ni querían seguir conviviendo.
Con la misma convicción con la que en algún momento asesinaban a un hombre por decir que la tierra era redonda, hoy dicen que somos enfermos. Dicen que no es natural… lo mismo que decían o dicen respecto del casamiento interracial o interreligioso, el voto femenino, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, los métodos anticonceptivos o el divorcio.
Hace ya más de cincuenta años que en la Argentina se separó la Iglesia del Estado. Nos parece legítimo que la jerarquía eclesiástica opine respecto del matrimonio católico, pero el matrimonio civil es una institución jurídica de toda la sociedad que no tiene por qué compartir, y de hecho no lo hace, todos los axiomas religiosos que sostiene un culto determinado.
Más allá de que, por supuesto, creemos que la separación de la iglesia del estado infiere que ninguna institución religiosa puede imponer sus creencias al conjunto de la sociedad, y que un estado laico supone un grado de independencia de estas instituciones que convierte en escandalosa la actitud de algunos funcionarios eclesiásticos… quiero dejar bien en claro que es la institución la que se resiste al reconocimiento de nuestros derechos. Así como fue sólo la institución la que se opuso al divorcio y el uso de preservativos, entre otras cosas. No es la gente, no son sus fieles. Más del 70% de los argentinos y argentinas consideran que es el momento para aprobar el matrimonio para las parejas del mismo sexo. Más de un 60% incluso considera que esto sería un importante avance cultural para nuestro país. La mayoría de estos argentinos y argentinas, son católicos/as. Entonces, no es la gente, no son sus fieles los que se oponen a este reconocimiento y, sinceramente, tampoco creo que sea su Dios.
Soy agnóstica. Para mi Dios es tan sólo una posibilidad. Pero estoy segura de que si esa posibilidad fuera “cristiana”, si fuera ese Dios Católico del que me enseñaron tanto en la escuela, hoy ese Dios le diría a sus fieles lo que Pablo le dijo a los Romanos (Capítulo 13, versículo 10): “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.
Ya existe el consenso social, incluso la convicción política de la mayoría de los diputados y diputadas. Me preguntaba el año pasado, qué más hace falta para que este congreso sancione al ley de matrimonio para todas y todos.
Y aún creo, como dije en noviembre, que hace falta la valentía de los y las peronistas con Eva Perón cuando se aprobó el derecho al voto de las mujeres, la valentía de los radicales con Raúl Alfonsín cuando se aprobó la ley de divorcio en Argentina, la valentía que tuvieron los socialistas con Zapatero cuando se aprobó el matrimonio y la ley de identidad de género en España… hace falta la valentía de una clase política que tome la decisión de hacer justicia y hacer historia. La valentía suficiente para que Argentina se convierta en el primer país en América Latina en garantizar la igualdad jurídica para lesbianas, gays, bisexuales y trans.
Porque Argentina va a aprobar esta ley. En algún momento lo va a hacer. Sólo podemos elegir si estar entre los primeros, o los últimos países del mundo. Decía Zapatero: “Detrás vendrán otros muchos países impulsados, Señorías, por dos fuerzas imparables: la libertad y la igualdad.”
Pero para ser de los primeros tenemos que ser coherentes con lo que decimos defender en cada campaña política en la que participan para obtener la banca que hoy les permite representar a una sociedad que, en un 70%, quiere reconocer la igualdad jurídica de lesbianas, gays, bisexuales y trans.
Cuando se aprobó el derecho al matrimonio para parejas del mismo sexo en España, Zapatero le decía a los españoles:
“Hoy la sociedad española da una respuesta a personas que durante años han sido humilladas, cuyos derechos han sido ignorados, cuya dignidad ha sido ofendida, su identidad negada y su libertad reprimida. Hoy la sociedad española les devuelve el respeto que merecen, reconoce sus derechos, restaura su dignidad, afirma su identidad y restituye su libertad.”
“Soy consciente”, dijo Zapatero, “de que algunas personas e instituciones están en profundo desacuerdo con este cambio legal. Deseo expresarles que, como otras reformas que la precedieron, esta ley no engendrará ningún mal, que su única consecuencia será el ahorro de sufrimiento inútil de seres humanos. Y una sociedad que ahorra sufrimiento inútil a sus miembros es una sociedad mejor.”
Desde la Federación Argentina de lesbianas, gays, bisexuales y trans seguimos confiando en el consenso que hoy existe para reconocer nuestros derechos. Sabemos también de la convicción de gran parte de esta cámara. Sólo esperamos contar con esa cuota de valentía que existe en quienes están dispuestos a ser coherentes y defender la justicia y los derechos humanos de todas y todos.
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