viernes, 17 de diciembre de 2010

LAS FUERZAS PRIVADAS DEL ORDEN

Publicado hoy en BAE.

LAS FUERZAS PRIVADAS DEL ORDEN

Por Carlos Girotti (*)

La creación del Ministerio de Seguridad y la designación de Nilda Garré para la titularidad de dicha cartera, constituyen dos pasos de un único y osado movimiento: ponerle fin al autogobierno de las fuerzas de seguridad. Para mayor precisión habría que entrecomillar lo de autogobierno porque no se trata exactamente de eso, pero en la percepción social más difundida existe la convicción de que un muro infranqueable protege a la dinámica de esos uniformados. Sin embargo, el autogobierno así percibido no es más que la manifestación de un orden y una moralidad que reproducen en la sociedad los alcances de un modelo de dominación ahora puesto en discusión.


Los tribunos de la doctrina de la dominación han fatigado a lectores, escuchantes de radio y espectadores televisivos con su escandalización por “el Estado ausente”. No se referían, por cierto, al Estado capitalino, sino al nacional, por la decisión de retirar del Parque Indoamericano a la Policía Federal, tan luego después de que ésta reprimiera con saña criminal a los ocupantes indefensos. Una decisión discutible, a estar por los sucesos posteriores, pero este columnista no recuerda ningún comentario reprobatorio de las imágenes que mostraban a los federales haciendo puntería con sus escopetas, desde un puente, contra los pibes que, desde abajo, se protegían lanzándoles piedras. En cambio, tiene muy presente los gestos adustos y las voces dramáticas del “periodismo independiente” cuando los represores acataron la orden de volver a sus cuarteles. La retirada de la Policía Federal, seguida de la Metropolitana que también había practicado tiro al blanco móvil pero en inferioridad de condiciones operativas –según argumentara Mauricio Macri para justificar el repliegue y achacarle al gobierno nacional toda la responsabilidad- dieron paso a la actuación de las fuerzas privadas del orden.

Como en oportunidad del asesinato de Mariano Ferreyra, una milicia variopinta integrada por empleados sindicales –ayer de la Unión Ferroviaria, hoy del Sutecba- barras bravas de diversos clubes y toda una soldadesca informal reclutada en los sótanos de la pobreza y la marginalidad social, se despachó a gusto contra los “bolitas”, “paraguas” y “okupas” en general. Travestidos de vecinos, los legionarios acabaron representando a los auténticos vecinos que no dudaron en tomar partido en esa guerra de pobres contra miserables.


Un sentido del orden, subyacente como las famosas “células dormidas” de Al Qaeda, pero infinitamente más letal y menos fantasmagórico, de repente fue activado. Es un orden fundado en la supremacía del derecho a la propiedad por sobre cualquier otra derecho, incluido, claro está, el derecho a la vida digna. Es el orden construido en base a la apropiación individual de la riqueza producida socialmente. Es el orden del más fuerte; un orden darwinista que reconoce en la capacidad de adaptación a los cambios a la condición de sobrevivencia. Si yo me rompí el alma trabajando para tener este departamentito –dirá indignado el vecino del monoblock- ¿cómo voy a permitir que estos tipos tengan algo de arriba, y encima por la fuerza? Y lo dirá como si nada, sin importarle que su monoblock arda de calor en la torridez del verano, ni que el colectivo que toma todos los días, o el tren, lo conviertan en ganado transportable antes que viajero humano; ni que la escuelita pública a la que van sus pibes esté atiborrada de alumnos y sin presupuesto; ni que el hospital zonal que le prometieron se haya quedado en una maqueta; ni que la policía lo pare en la calle por portación de cara. El tipo verá en el “okupa” a una raza inferior porque su capacidad de sobrevivencia no lo ha calificado para tener lo que él tiene. Entonces el “okupa” se tiene que ir y si no que lo maten, como sea, con bala, con piedra o con palo, lo mismo da. No podrá distinguir, el vecino, entre el pobre cristo y el agente inmobiliario de la villa que, éste sí, ingresa al predio con la esperanza de reeditar su negocio de construir piezas miserables para alquilarlas luego al primero. Uno y otro merecen la misma suerte, aunque el agente sea también expresión del orden que el vecino defiende.


Repárese ahora en una curiosidad. Más arriba, este columnista ha escrito la palabra “legionarios” al correr de la redacción. Pero es un error, bien que inducido por otros hechos de triste memoria. Estas fuerzas privadas del orden ya no están presididas, como la Liga Patriótica Argentina en la Semana Trágica, por un contraalmirante como Domecq García, ni integradas por ilustrísimos personajes como Miguel Martínez de Hoz, el monseñor Miguel D´Andrea, o el hijo de Julio Argentino Roca. Aquí no es necesario un santo y seña aristocrático y oligárquico para pertenecer a las cofradías del terror privado; basta y sobra con ser un buen jefe de barra brava, un chichipío cualquiera con ínfulas de mando y urgencia de billete fácil para convertirse en una milicia dispuesta a cometer cualquier tropelía, como sacar a un herido de una ambulancia y rematarlo en el piso. No es que los de 1918 fueron menos vandálicos que los de ahora; la diferencia estriba en que sus herederos de hoy ya no necesitan poner el cuerpo para defender su orden porque pueden reclutar a sus sicarios en el infierno de la miseria y prometerles el paraíso a cambio. Sin contar, claro, con que el autogobierno de las fuerzas de seguridad ha sido y es consubstancial al orden del privilegio y, por lo mismo, se les ha concedido la factura de negocios propios como el contrabando, la trata de personas y el narcotráfico entre otros.


La creación del Ministerio de Seguridad, pues, es congruente con la doctrina del gobierno nacional de no reprimir el conflicto social. Es una medida a tono con la imperiosa necesidad de garantizar que la legítima lucha por la efectivización de la distribución de la riqueza no sea bañada en sangre como en las orillas del ferrocarril Roca, en Formosa y en Soldati. Hay ahí una noción del orden que, potencialmente, se contrapone con la del orden establecido. Se trata, como fue dicho aquí mismo, de un momento de la disputa que traban ambos sentidos del orden dentro del aparato del Estado realmente existente.


Ahora queda por encarar el problema de las fuerzas privadas del orden, cuya complejidad no reside tanto en el tipo de inteligencia que hay que desplegar para neutralizarlas, sino en la inexcusable implementación de políticas públicas que hagan que la superexplotación, la miseria y el desarraigo dejen de ser sus fuentes de reclutamiento. Alguien podría preguntarse si esto no es muy apresurado o si no convendría ir por etapas, primero el Ministerio y luego las políticas sociales. Para sacarse la duda, o responder con objetividad, será recomendable tener presente el mandato instituyente del pueblo movilizado.-

(*) Sociólogo, Conicet. 16 de diciembre de 2010. ARTÍCULO PARA BAE

1 comentario:

Anónimo dijo...

Está muy bueno el sitio y el blog hace un dignísimo trabajo. Un detalle: los colores de fondo hacen ardua la lectura. Es recomendable usar tipografía más grande y que haya buen contraste entre el color del texto y el fondo.